*Por: Leonardo Alba Mejia
Me doy la licencia
de especular que detrás de los sparings de las busetas de Cartagena que
se van abriendo paso entre transeúntes y pasajeros inermes es posible evocar
los gritos eufóricos de las hordas que se enfrentaban a otras por la supremacía
de un territorio. En el grito de combate de estos modernos guerreros estamos
ante un vestigio de un hombre primitivo dueño del cuerpo y del espacio, que
existía antes de que los antropólogos usaran la palabra cultura.
Así que nombrada la
cultura y planteadas sus sesudas
definiciones que nos sirven para hacerla de bastión del desarrollo, se hace
necesario un divertimento para no sucumbir ante tanta ardua labor intelectual y
sospechar que antes de eso que llaman cultura puede estar el grito desenfrenado
de gol, las intimas y viscerales peleas de una pareja por regresar al estado
pleno de la individualidad, el secreto dialogo que tenemos con los elementos de
la naturaleza, la furia de quienes reclaman libertades.
Desde Freud que todo lo
reduce incluida la misma cultura a un
engendro de nuestras pulsiones eróticas y tánicas hasta Geertz que ve la cultura como “un entramado de
signos en los que estamos suspendidos” mucho se ha dicho y seguiremos diciendo.
Pero previo a este mitificado asunto de la cultura convertido en feudo de
algunas personalidades según Jesús Martin Barbero valdría la pena hacer un paso
atrás y ubicarse en esa zona en el que las cosas no se han nombrado pero son.
Cultura es un concepto occidental que
nos tiene pensando, el concepto podríamos desbaratarlo en pedazos y
saldrían voces inarticuladas ahogadas por el intelecto.
Deshacerse de modos de
estar y de decir las cosas, de construirse, vaciarse de ideas fijas, irse por
las grietas y despojados incluso de
cultura, como una posibilidad remota desde cualquier enfoque cientificista, tal
vez sea posible. Después de ese recorrido quizás se llegue a un centro vital, a
una suerte de vacío cósmico en el que
está inscrito un interrogante sobre el mundo exterior. Al final de ese trayecto
imposible para antropólogos y sociólogos se llega al rescate de nuestra mirada
perpleja frente al mundo, como lo vivieron los habitantes de Macondo cuando
cayó la peste del olvido o como cuando el mundo parece recién inaugurado para
nuestros ojos después de la entrega total.
Si el recorrido lo
iniciamos desde allí todo el resto parece una secuencia de largos artificios.
¿Y antes del artificio qué? Artificio el
amor y la creación, la guerra y la destrucción
y previo a esto el hombre perplejo y asombrado. Tal vez habría junto al
clínico examen de las culturas y las teorías culturales, de la relación posible
y contradictoria entre cultura y desarrollo hacer el ejercicio diario y
cotidiano con el lenguaje y el arte de despojarnos de cultura, como ascesis o
perversión, para ir al encuentro creativo consigo mimo y con el otro desde el asombro
y la ingenuidad.
En el Altazor de Vicente
Huidobro, en el hombre eléctrico de Witman, en los versos despiadados de Raúl
Gómez Jattin, en la roca que mira hacia el mar en Arrecifes aparecen signos de nuestro origen. Un origen
antes de la cultura o solo una inútil sospecha poética.
Yo he pensado muchísimas veces en lo bello y tranquilizador que sería poder ver el mundo despojada de todo pensamiento -cultural ,si se quiere.- . Pero he llegado a la conclusión de que la única manera de hacerlo es dejar de existir por un rato, y luego existir de nuevo, en la misma carne, porque el esfuerzo de pensar en el propio actuar cotidianísimo sin nunca en la vida haber sabido de otra cosa, es confuso y casi infinito. Por eso, lo que busco a veces es la manera de dejar de existir.
ResponderEliminarMuy interesante y corazonudo, como siempre, querido leo.