“Naranja,
papaya, limones siete chorros grandes y jugosos”. Todos se ponen en alerta
cuando escuchan estas palabras.
Este
y otros pregones son dichos por los hombres de Villanueva, un pueblo ubicado a
las afueras de Cartagena, de faldas
empinadas de montaña y clima medio. Desde tiempos inmemorables,
esta comunidad se dedica al comercio de frutas y verduras, debido a que son
pocos los que pueden tener acceso a una educación completa. Con esta actividad
han mantenido a sus familias y es una de las formas culturales más ancestrales
de éste población.
La
familia Pedroza Martínez es una de la que hace parte esta tradición. Rafael
Pedroza, padre de 9 hijos, inició esta labor desde muy temprana edad. Aunque
actualmente está retirado debido a los 76 años de edad que lo acogen, uno de
sus hijos, Oswaldo, y su nieto, Enrique han seguido adelante con el oficio.
Diariamente
ambos se despiertan a las dos de la madrugada para reuniese con sus colegas
(vendedores de frutas) en la terminal de transporte para emprender un viaje
rumbo a la ciudad de Cartagena y surtirse, en el mercado de Bazurto, de sus
frutas; las mete en un saco y luego buscan sus carretillas que están en la localidad
de Daniel Lemaitre. Ahí empiezan su recorrido por las calles del barrio Crespo.
Oswaldo lleva 28 años en esta actividad; Enrique, apenas siete.
“Es un oficio que viene desde mis ancestros y
pasa de generación en generación en la cultura de mi tierra”, manifiesta
Oswaldo.
“¡…Limones
siete chorros, grandes y jugosos!”, repite Oswaldo Pedroza de 53 años, de corta
estatura, moreno, y con gestos faciales que reflejan experiencia. Tiene cinco
hijos: “Ya están grandes. Ellos han tomado sus propios caminos”, cuenta. Todos,
excepto Enrique, de 29 años de edad, que
decidió acompañarlo y seguir en este oficio del que ambos se sienten
orgullosos.
“Aunque mis hermanos no hagan este trabajo y
estén en otra parte, yo soy muy feliz de trabajar en esto y seguir con esta
tradición”, comenta Enrique.
Cuenta
Rafael, que desde muy temprana edad acompaña a Oswaldo a vender bollos de
mazorca y así poco a poco aprendió esta labor. “Mi papá, en ese entonces
aprendió a vender con mi abuela”; narra Oswaldo; pero Rafael comenta que
realmente aprendió éste “arte de vender” con ayuda de su sobrina; una niña de
12 años de nombre María Sofía Pedroza, que con su picardía, mezclada con las
ganas de aprender a vender frutas y verduras de Rafael, fueron formando al gran
vendedor que fue en su momento. Desde esta ocasión, ésta práctica fue dada a Oswaldo
y éste a la pasó a hijo, Enrique.
Los
clientes o “fieles seguidores” de esta familia, como ellos los llaman, son un
factor importante cuando se quiere hablar de ventas. Las relaciones entre la
familia Pedroza Martínez y sus clientes, ha sido muy satisfactoria: “Al
principio hubo nervios y susto pero después con el tiempo mi papá, mi hijo y yo
cogimos confianza y nos expresamos como en verdad somos” expresa Oswaldo.
Entre
esos “seguidores” está Josefina Yepes. “El me brinda mucha confianza”, asegura
la señora que lleva comprándole frutas y verduras a Oswaldo por más de diez
años. “Aunque uno este de mal humor, cuando le compro a él, siempre me saca una
sonrisa”, expresa.
“Josefina
siempre me compra las verduritas para la sopita de pollo que tanto le gustan y
las uvas para su esposo”, comenta Oswaldo.
Tanto
Rafael, como Oswaldo y Enrique piensan que esta tradición es importante y debe
conservarse porque resalta los valores de su tierra y se ha ido practicando
desde varias generaciones atrás.
A
los tres les gusta este oficio y lo llaman “arte” porque no cualquiera tiene el
don de vender frutas y verduras de la forma en como lo hacen ellos.
Pero
no todo es color de rosa, ni radiantes expresiones de felicidad. También ha
habido momentos difíciles, como ese miércoles 10 de noviembre de 2010, en
plenas fiestas de Independencia, una fecha que marcó la vida de Oswaldo. Ese
día el sol brillaba de forma cálida, uno de esos días en los que todo parecía
que iría bien. Sucedió a las 8:30 de la mañana; un taxi venia esquivando autos
de forma apresurada e imprudente por la Vía del Mar, Oswaldo iba pasando
vendiendo sus frutas y tenía a sus espaldas un autobús; el taxista dobló para
pasar el vehículo pero no vio a Oswaldo. El taxi lo atropelló. Afortunadamente,
Oswaldo salió casi ileso.
La
que si sufrió fue la carretilla tras el choque, llovían bollos, mandarinas y de
otras frutas por todos lados. “Legó la policía para ver que ocurría; al mismo
tiempo, una familia que era dueña de un taller al frente de donde pasó el
accidente, me llevó a la clínica, gracias a Dios salí ileso, aunque por unos
días me dolía la rodilla. El taxista pago los daños y repartimos las ganancias entre
los policías y yo”, narra Oswaldo.
Su
familia le ha aconsejado que ya deje ese trabajo porque ya está viejo y por
miedo a que le vuelva a pasar algún accidente parecido. Hasta le ofrecen darle
un dinero, pero él lo rechaza y demuestra que aún puede seguir en esta
actividad.
Tanto
Rafael, como Oswaldo y Enrique se sienten orgullosos de su trabajo y atender a
la gente con el mismo agrado y satisfacción con que lo han venido haciendo sus
ancestros.
Autor: Germán Durango Cuello
Imagen: 27 de Marzo 2014
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