Si
bien es cierto, que el afán del mundo que nos rodea nos arrastra también a
todos, sobre todo a aquellos cuya minoría de edad, nos hace más susceptibles a
los trajines de la contemporaneidad. Como resultado de esto, no sólo han
surgido generaciones más tecnológicas, de “mente más abierta”, sin tabúes, y
esponja de los descubrimientos y avances del mundo; sino que también ha
provocado el surgimiento de padres sobreprotectores, cuyo fin último es
erradicar, o por lo menos evitar en gran medida, que los vicios, ocios y en
general todos los “monstruos” al acecho, perjudiquen a sus hijos.
De
esta forma, la sobreprotección se convierte en un método, aunque varía su
efectividad, que poseen los padres para estar vigilantes de cada una de las
actividades de sus hijos, hasta el punto de controlarlas, provocando la no
libertad de acción (incluso a veces de pensamiento), de sus primogénitos, y con
el paso del tiempo una interdependencia; en la que no sólo se ven afectados los
niños o jóvenes, pues su diario se convierte en un conglomerado de acciones y
pensares, congruentes con lo que sus padres desean para ellos, sino que de
manera bilateral, los padres comienzan a perder su propia identidad y
personalidad, dejan de vivir su vida y hacer lo que antes disfrutaban para
vivir para y por sus hijos, sin tiempo de dedicación para ellos mismos.
La relación de sobreprotección no es necesariamente mimar o consentir o
malcriar a los hijos, es inicialmente
una implicación emocional intensa y excesiva y que, además, conlleva la
necesidad de controlar al hijo. La atención de los padres es excesiva, y muchos
consideran también que es asfixiante, los padres depositan altas expectativas
en las capacidades y talentos de sus hijos, además transfieren sus propios
sueños, y en su mayoría frustraciones, es su mayor herencia .No ven a sus
hijos, como una parte de ellos, sino más bien, como una extensión de ellos
mismos, es una metáfora ideal para decir que encuentran en sus hijos una
segunda oportunidad de vivir la vida.
Sobreproteger a los hijos de los peligros y riesgos del
mundo, les quita tanto tiempo a los padres, que aquellos se vuelven víctimas de
los intereses y errores de sus progenitores. Es común que aquellos quienes han
crecido y vivido en un ambiente como el descrito anteriormente, tiendan a crear
inseguridades y falsas visiones de
quienes son ellos mismos, es sesgada el
concepto de su personalidad e identidad, no construyen un “yo”, la opinión
sobre ellos no es clara, y el reconocimiento de sus virtudes y defectos suele
estar matizada por lo que repetidamente los padres señalan lo que está bien y
lo que está mal.
Los padres que crían a sus hijos en
la sobreprotección, pretenden hacerles el “camino más fácil”, evitándoles
cualquier percance propio e inherente a la vida humana, cosas tan sencillas
como rasparse las rodillas montando bicicleta, cortase con un cuchillo cortando
la carne… esta es quizá la peor de las consecuencias, no llegan jamás a
enterarse de lo que es el mundo, de la montaña rusa y desafíos que implica, sus
problemas son siempre solucionados por terceros, y no requieren mayores
esfuerzos para valerse por ellos mismos Aunque lo hacen para evitar que el niño o niña lo pase mal,
también le están impidiendo que aprenda a afrontar lo que teme, a tolerar la
frustración, a ser responsable de sus errores y de su mal, se
vuelven irritables y agresivos si no obtienen lo que quieren en el mismo
momento, son más inmaduros, tienen problemas para relacionarse con los demás y
se sentirán con frecuencia insatisfechos, descontentos,
irritables y aburridos.
Si bien es cierto que la protección de los padres a sus hijos
es necesaria, esta no debe exceder unos límites porque puede tener
consecuencias excesivamente negativas con respecto a la actitud, patrones de
conducta y desarrollo de sus hijos, es importante aprender hasta qué punto
vigilar a los hijos para que no se sientan
acosados por sus padres, darles la libertad que necesitan y dejarlos que
resuelvan sus propios problemas.
Autor: Daniela Melo Humanez Y Gustavo Morelo.
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