¡Aja!
¿Y para que estudiar?
Karen Manjarrez
y Edgardo Arrieta
En “Ética a Nicómaco”
Aristóteles plantea “... no por saber qué cosa es la virtud disputamos, sino
por hacernos buenos, porque en otra manera no fuera útil la disputa.”, dicho pensamiento
se puede considerar para analizar el caso de la educación. Aristóteles tenía claro que el conocimiento
no valía por el solo hecho de ser obtenido, sino que era importante por las
posibilidades de ser aplicado. En abstracto la virtud no nos sirve, es
importante cuando la integramos a nuestras vidas.
Para nadie es un secreto que
cuando entramos a la universidad muchos ni siquiera sabemos qué queremos con
nuestra vida. La gran mayoría son jóvenes de 16 o 17 años que creen que los
estudios superiores son un requisito al éxito en su vida futura y eligen una
carrera porque tienen alguna noción de su contenido, pero lo cierto, es que
muchas veces no tienen claro cómo relacionar dichas nociones a su proyecto de
vida, aun mas no comprenden que aprender
a redactar por ejemplo no es asunto solo de secretarias sino de quien se ha
propuesto aprender a pensar.
¿Qué pasa cuando el concepto de
estudio está fuera de contexto? Lo mismo que pasa cuando alguna idea que se
tiene de alguien no corresponde con su realidad. Estudiar significa ir al fondo
de un asunto, lograr descomponerlo y componerlo varias veces, hasta que se
vuelve parte nuestra. Como esto de probar a escribir un artículo sobre la
deserción estudiantil que pide varias veces pasar por ejercicios de revisión y
corrección hasta que la redacción se convierte en una habilidad adquirida que
reclama el estudio de reglas y técnicas.
Cuando iniciamos una carrera
sin saber cómo formará parte de nuestra vida o encasillándola a un único cargo
laboral es muy probable que a medida que corren los semestres y que nos vayamos
dando cuenta de todo lo que realmente implica esa área del conocimiento,
terminemos decidiendo que eso no es para nosotros. Muchos vienen a “estudiar”
pero sin realmente saber “¿qué es?”, o “¿para qué realmente?” estudiamos. La
utilidad de estudiar es difusa y estética; “ser alguien en la vida”, “tener
dinero”, “salir de la pobreza” entre otras cosas. Utilidades que no se logran
vislumbrar claramente en las necesidades diarias de muchos estudiantes.
Tal vez si haya quienes
necesiten “tener dinero” o “ser alguien en la vida” pero en ese caso no queda
claro cómo estudiar suple esa necesidad. La prioridad para la mayoría de los
estudiantes es terminar y punto. Se mira entonces el estudio en términos de lo
que puedo conseguir cuando se acabe lo que estudio, cosa que le da importancia
no al estudio sino al diploma.
Muchos
en realidad solo necesitamos comer, dormir, divertirnos y dormir más. Eso desde
nuestras perspectivas. Podríamos ser felices con una hamaca, suficientes cocos,
y una compañera en una isla perdida. El caso es que mientras no se tenga clara
la aplicación real de la educación y su importancia en la vida del estudiante,
ocurre el efecto de las matemáticas: “¿y eso para qué me sirve?”.
Muchos tal vez están estudiando
cosas que no les son necesarias. Tal vez hay muchos músicos con el anhelo de
ser doctores o bailarines que estudian ingeniería. Y muchos que consideran que
ya son alguien y que podrían conseguir dinero de otras maneras. Así que frente
a este panorama general que está a la vista de cualquiera que acerque la mirada
a la vida universitaria, habría que pensar en soluciones a una situación en la
que la atención de los estudiantes no está puesta en el valor intrínseco del
estudio y en su poder de abrir la mente y enriquecer a la persona de realidades
que le eran ajenas y desconocidas; sino en deambular por la universidad
celebrando goles y haciendo visita en la cafetería. Mientras tanto se van
aclarando que hacer con sus vidas.
Una posible solución a esta
problemática sería generar más espacios de orientación profesional, más
evaluaciones de habilidades antes de iniciar el proceso universitario. La idea
no es estudiar por estudiar, venir a clase y llenar una silla para cumplir con la
sociedad y ser personas ocupadas. La idea es que podamos definir qué es lo que
realmente queremos para nosotros claramente y tomarnos el tiempo que necesite
esa decisión. Y tomar ayuda profesional, si se requiere. El punto es estar
seguros de lo que decidamos y de que esa decisión sea solo nuestra, porque
seremos nosotros quienes asuman todo lo que esa decisión implica.
Por otro lado, la realidad es
que las ciencias fueron creadas para el progreso de la sociedad. Es importante
tener claro que si tu vienes a la universidad es porque buscas desarrollar las
ciencias, como dijo Marco Gilli, rector del Politécnico de Torino, “las
universidades son un centro de conocimiento, donde se buscan tres cosas: la
investigación, la educación y la innovación”.
Qué pasaría si jóvenes que
tienen compromiso con el estudio se establecen retos como poner un
alcantarillado y acueducto a los barrios que lo necesitan, como el caso del
joven cartagenero que va a invertir sus ahorros para generar una campaña para
la convivencia pacífica de los hinchas del real Cartagena. Qué tal si
tuviéramos jóvenes que se preguntaran cómo lograr, que en Cartagena se
respetaran las leyes de tránsito, o que la ciudad no solo se redujera al centro
histórico y sus alrededores. Seguramente serían excelentes en sus respectivas
profesiones.
Es cierto que lo más probable
es que no cambiemos el mundo, o que muchos dejen relegados sus nobles ideales y
luchas cuando empiezan a recibir las facturas por pagar, y en ese afán por
ganarse la vida hacemos nuestros días monótonos. Sin embargo, no es imposible
ponerse manos a la obra a satisfacer
ciertas necesidades desde nuestro campo de acción. Es en ese momento cuando la
carrera comienza a tener sentido, cuando lanzas en un blog este llamado de
atención. Tal vez no sea solo la falta de propósitos, la razón por la que los
estudiantes desertan, pero tener algunos nobles haría que muchos dejen de
desertar.
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