Ese virtuoso privilegio de sortear nuestra vida y fluir locamente nos da la licencia de considerarnos personas sin límites,
personas que pueden sentir el mundo a sus pies por hacer lo que se les venga en
gana.Este pensamiento alocado es visto
comúnmente como "libertinaje", que no es más que disfrazar la
rebeldía con una fachada de libertad en la que las leyes se hicieron para
romperse y la vida para gozar.
Todos
alguna vez cometimos una locura, de esas que vale la pena repetir y que el
mundo entero se opuso a que lo hiciéramos; aunque sentimos miedo de ser
castigados de una u otra forma el hacer lo que en su momento queríamos nos hizo
sentir vivos y sin exagerar plenos.
Probamos
esa maravillosa sensación pero, aun así, seguimos con miedo de hacer lo que
queremos; nos aterra el seguir nuestros instintos, sentimientos o ideales por
el miedo a ser rechazados por una sociedad que no hace más que juzgarnos y para
la que nunca seremos lo suficientemente buenos como para ser aceptados. Que
maravilloso seria este mundo si nosotros
dejáramos de sentirnos con la autoridad de juzgar a los demás y nos diéramos la
oportunidad de ceder a nuestros deseos y
disfrutar nuestra vida en plenitud; claro está, mientras esas locuras no
atenten contra la integridad de nadie.
Es en
este punto dónde entra en discusión la gran interrogante, "¿qué es lo que atenta con nuestra
integridad?". En la constitución una persona es libre cuando puede hacer
lo que quiera siempre y cuando no atenten contra la integridad de nadie como
persona pero,olvidamos algo,hay muchas acciones que a pesar de no afectar
directamente a otro individuo lo hace contra su moral, sus creencias e ideales.
Entonces,
¿hasta donde podemos llegar a disfrutar de esta libertad sin que nadie se vea
afectado y no la llevemos hasta un punto libertino y desconsiderado?.
Lo
sabremos cuando aprendamos los límites que existen en "la libre expresión".
POR: Andrés Arnedo, Daniela Niño,
Alejandra Mendivil.
0 comentarios :
Publicar un comentario